pinky Publicado 7 de Noviembre del 2014 Compartir Publicado 7 de Noviembre del 2014 Quiero compartir el relato de un colega putañero hecho poema. Marlene, mi puta mas amada. Afectaba mi cabeza, corazón y testículos, cada vez que la miraba y pagaba por verla, 260 pesos mexicanos, sus encajes negros desbordándose por los pliegues forzados de su ropa entallada, color vino. Era fascinante. Sólo podía pagar una hora. Aunque otras chicas me hicieron pagar menos, preferí pagar por ella, era como una escena de Fausto, donde un joven compra potrancas, y las referencias lascivas de su venta, son evidentes. Yo sólo pude alquilar una potranca de provincia, de carne enjuta, y buenos glúteos, pavorosos y firmes al caminar enfrente de mí, no pude evitar dejar los ojos sobre su piel. Antes, no podía, ni había recibido abrazos, ni el dulce contacto de una mejilla, deslizándose con suavidad por la tenue piel. Era relativamente nueva experiencia, que me sedujo. Eso era un abrazo. No era tan repugnante como pensaba. Eso era un beso. O sólo era el tacto fino de dos cuerpos en contacto? Era eso que sentí, lo que causó el rapto de Elena? Que desató la furia de centenar de navíos? Encontraba en sus labios el desahogo a mi soledad, y en mutua solicitud, un poco también a su abandono emocional. -¿Cómo estas?- Preguntaba ella, interesada, indagadora su mirada, pendiente en mis movimientos. -Bien- Contesto. Seriamente sin cuestionar nada más, sin aplicar sarcasmo. Sin venenosa ironía. - ¿Cómo te llamas?- Ahora me vuelvo entrevistador, sin ironías, sin alguna mueca que expresa siquiera, amargor, ansiedad por la profanación, o que delate mi turbada conmoción interna. -Marlenne- Responde, con una ligera sonrisa, capaz de disolver cualquier dureza. Lindo nombre... y vinieron a mi cabeza infinidad de lisonjas, de halagos, de perfectas zalamerías, casi empalagosas, que trataba de recitar, cómo un arcaico principio de cortejo. Pero, ante tal alborozo interno, caí en la duda. Mientras ella me da un nuevo abrazo, y me incita a despojarla de la ropa, veo como mis dedos pringosos rozan su cuerpo casi perfecto, caen sus prendas; y la excitación me domina, como lo hacían sus ojos, aún cuando me habían cegado. Y vinieron posteriormente, nuevas imágenes, nuevas loas, himnos de belleza recién ideados por mi mente desbocada en pasión, y suspiré al pensar en el idilio casi platónico de Charles Baudelaire, fascinación casi mía, entre una prostituta morena y el poeta maldito, y los versos que pensaba extintos, surgieron nuevamente de mi locura. A pesar de ocuparme en ese momento, de buscar la ocasión para recitarle alguno de mis pretensiosos y elegantes versos, ella sólo se ocupaba, cuidadosamente, de humectarme el condón colocado en mi falo. Eran esas manos que antes me habían tentado en este pecado, las que me harían cometer el mismo desliz. Y se consumó el pecado, en minutos posteriores a las caricias, jamás soñadas, jamás esperadas de alguien como ella, era el sueño sexual, que ni Venus pudo evitar. Era el deseo en ese momento, la pasión desgarradora, el olvido, el infinito a cada penetración, el empíreo entre sus piernas, era la tersura colocada en cada tacto insistente por parte suya, y en mi flaqueza imperante, sin ninguna emoción reinante. Era sólo pasión. Sólo sexo ordinario, con una desconocida. Pero pude percibir todas las tonalidades de un salaz arrebato. Y ella, bueno, ella era una versión de Cleopatra, sin los ropajes egipcios, ni los baños de leche, ni la tez blanca, digamos que era una versión de Cleopatra; por su reputación, que ella tampoco tenía. Posteriormente, vino la plática fugaz, como quien pretende deshacerse de la culpa, fingiendo, riendo, ocultando la desesperación, en un sentido de cortesía tan realista. Casi divina, y era todo. Vino el abrigo cálido, cómo una repetición del primer instante que sus brazos rodearon mi cuello, y yo tomé su cintura, y su cadencia me hizo sentir el amor nuevamente en mis pantalones. No pude evitar palpar sus glúteos, como si fueran míos, sólo por esa vez, en ese momento y por alguna muy remota ocasión, eran propiedad de mis manos. Era esta la excepción a mi soledad. Era Marlenne. Afectaba mi cabeza, corazón y testículos. Era eso amor? o un poema de Lord Byron? Creo que necesito a Marlenne nuevamente, necesito a mi puta amorosa. No por afecto, amor o soledad, mas bien por curiosidad, por necesidad, por tratamiento a este bastardo sentimiento. Prince Okami D'aria Historias de una fellatio verídica. 2 Enlace al comentario Compartir en otros sitios web More sharing options...
kcho09 Publicado 9 de Noviembre del 2014 Compartir Publicado 9 de Noviembre del 2014 Ipucuetereinio 1 Enlace al comentario Compartir en otros sitios web More sharing options...
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