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Puta amada


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Quiero compartir el relato de un colega putañero hecho poema.

Marlene, mi puta mas amada.

Afectaba mi cabeza, corazón y testículos, cada

vez que la miraba y pagaba por verla, 260 pesos

mexicanos, sus encajes negros desbordándose

por los pliegues forzados de su ropa entallada,

color vino. Era fascinante. Sólo podía pagar una

hora. Aunque otras chicas me hicieron pagar

menos, preferí pagar por ella, era como una

escena de Fausto, donde un joven compra

potrancas, y las referencias lascivas de su venta,

son evidentes. Yo sólo pude alquilar una potranca

de provincia, de carne enjuta, y buenos glúteos,

pavorosos y firmes al caminar enfrente de mí, no

pude evitar dejar los ojos sobre su piel.

Antes, no podía, ni había recibido abrazos, ni el

dulce contacto de una mejilla, deslizándose con

suavidad por la tenue piel. Era relativamente

nueva experiencia, que me sedujo. Eso era un

abrazo. No era tan repugnante como pensaba.

Eso era un beso. O sólo era el tacto fino de dos

cuerpos en contacto? Era eso que sentí, lo que

causó el rapto de Elena? Que desató la furia de

centenar de navíos? Encontraba en sus labios el

desahogo a mi soledad, y en mutua solicitud, un

poco también a su abandono emocional. -¿Cómo

estas?- Preguntaba ella, interesada, indagadora

su mirada, pendiente en mis movimientos.

-Bien- Contesto. Seriamente sin cuestionar nada

más, sin aplicar sarcasmo. Sin venenosa ironía. -

¿Cómo te llamas?- Ahora me vuelvo

entrevistador, sin ironías, sin alguna mueca que

expresa siquiera, amargor, ansiedad por la

profanación, o que delate mi turbada conmoción

interna. -Marlenne- Responde, con una ligera

sonrisa, capaz de disolver cualquier dureza. Lindo

nombre... y vinieron a mi cabeza infinidad de

lisonjas, de halagos, de perfectas zalamerías, casi

empalagosas, que trataba de recitar, cómo un

arcaico principio de cortejo. Pero, ante tal

alborozo interno, caí en la duda. Mientras ella me

da un nuevo abrazo, y me incita a despojarla de

la ropa, veo como mis dedos pringosos rozan su

cuerpo casi perfecto, caen sus prendas; y la

excitación me domina, como lo hacían sus ojos,

aún cuando me habían cegado.

Y vinieron posteriormente, nuevas imágenes,

nuevas loas, himnos de belleza recién ideados

por mi mente desbocada en pasión, y suspiré al

pensar en el idilio casi platónico de Charles

Baudelaire, fascinación casi mía, entre una

prostituta morena y el poeta maldito, y los versos

que pensaba extintos, surgieron nuevamente de

mi locura. A pesar de ocuparme en ese

momento, de buscar la ocasión para recitarle

alguno de mis pretensiosos y elegantes versos,

ella sólo se ocupaba, cuidadosamente, de

humectarme el condón colocado en mi falo. Eran

esas manos que antes me habían tentado en

este pecado, las que me harían cometer el

mismo desliz.

Y se consumó el pecado, en minutos posteriores

a las caricias, jamás soñadas, jamás esperadas de

alguien como ella, era el sueño sexual, que ni

Venus pudo evitar. Era el deseo en ese momento,

la pasión desgarradora, el olvido, el infinito a

cada penetración, el empíreo entre sus piernas,

era la tersura colocada en cada tacto insistente

por parte suya, y en mi flaqueza imperante, sin

ninguna emoción reinante. Era sólo pasión. Sólo

sexo ordinario, con una desconocida. Pero pude

percibir todas las tonalidades de un salaz

arrebato. Y ella, bueno, ella era una versión de

Cleopatra, sin los ropajes egipcios, ni los baños de

leche, ni la tez blanca, digamos que era una

versión de Cleopatra; por su reputación, que ella

tampoco tenía.

Posteriormente, vino la plática fugaz, como quien

pretende deshacerse de la culpa, fingiendo,

riendo, ocultando la desesperación, en un

sentido de cortesía tan realista. Casi divina, y era

todo. Vino el abrigo cálido, cómo una repetición

del primer instante que sus brazos rodearon mi

cuello, y yo tomé su cintura, y su cadencia me

hizo sentir el amor nuevamente en mis

pantalones. No pude evitar palpar sus glúteos,

como si fueran míos, sólo por esa vez, en ese

momento y por alguna muy remota ocasión, eran

propiedad de mis manos. Era esta la excepción a

mi soledad. Era Marlenne.

Afectaba mi cabeza, corazón y testículos. Era eso

amor? o un poema de Lord Byron?

Creo que necesito a Marlenne nuevamente,

necesito a mi puta amorosa. No por afecto, amor

o soledad, mas bien por curiosidad, por

necesidad, por tratamiento a este bastardo

sentimiento.

Prince Okami D'aria

Historias de una

fellatio verídica.

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