La cosa abarca un par de años de mi vida, pero viene resumidamente así: Allá por el 95 entré a laburar a una empresa. Entre los compañeros que teníamos más o menos la misma edad, teníamos un grupo que casi siempre farreábamos juntos. Éramos tipos y tipas de la oficina.
Al cabo de un año por ahí de mi incorporación a la empresa, ingresa al laburo una piba recién salida del colegio.
La nueva era un minón infernal: Rubia, cuerazo, alta, buenísima onda y, por aquella época, practicaba sky acuático en un club de la bahía.
Al comienzo se unía al grupo de farra de la perrada secundada por su chongo, hasta que al cabo de un tiempo se quedó solterita. Ahí en seco empecé una cacería infernal por ella. Generalmente era yo quien la llevaba y la traía de cuanta farruca armábamos.
A la mina no le interesaba mucho mi candidatura, así que al cabo de un tiempo me trató de cortar el chorro. No dándome por vencido, contraataque varias veces y la pendeja, por su parte, ponía todo de sí para que yo me piche con ella, cosa que, ciertamente, una noche de discoteca lo logró. Es decir, yo me enojé, pero nunca me pasaron las ganas de poseerla que tenía. No en ese momento, por lo menos.
Después de un tiempo yo terminé trasladado a una sucursal de la empresa hacia el interior. Ahí yo corté totalmente contacto con la mina y seguí otros rumbos, aunque siempre de alguna manera yo me enteraba lo que pasaba con la susodicha. Precisamente, al cabo de un año por ahí, me entero que la piba se casó con un fulano.
Pasaron unos cuatro años y yo retorné a la matriz de la empresa(Asunción). Por esas casualidades, volví a laburar de cerca con la... “señora” ya por entonces, quien, por cierto, seguía igual o mejor que antes. Y de a poco volvimos a hablar. A medida que entrábamos de nuevo en confianza, la mina se soltaba y me contaba cosas íntimas de ella y su marido, por quien, a propósito, empezaba a sentir repugnancia. ¡Chan!
La tipa no veía la hora de separarse del esposo. ¡Chan! ¡Chan! ¡Chan!
En ese ínterin, recordé las sabías palabras de un tío mío súper cogedor: “Si una pendeja te habla de su insatisfacción sexual, te está abriendo de par en par el camino de su conchita. El tatú pochy es garantía de sexo”, me decía.
Hasta que llegó una tarde de laburo de diciembre. Yo tenía mucho trabajo preparando los informes de fin de año y como no iba a terminar en tiempo normal, me quedé horas extras, junto con un grupo de compañeros de distintos sectores.
Como a las siete u ocho de la noche por ahí, me levanto y me voy para el baño. Le bajo un meo, me lavo la cara y vuelvo. Al pasar frente al baño de damas, escucho que alguien me chista desde adentro. Miro y le veo a la “rubiaza” probándose lencería que compró ese día.
“Podés pararte ahí y decirme que tal me queda?”, me dice, mientras me mira con una cara de pícara de la gran siete.
Y me quedo... Se prueba uno y me muestra. Luego vuelve para el fondo, se cambia detrás de una puertita y vuelve a mostrarme otro conjunto... Ahí en seco me abalanzo sobre la pendeja, mientras cierro la puerta del baño con llave. Le meto la mano por todas partes, hasta quitarle totalmente la tanguita. Al comienzo me quiso apartar la mano, pero cuando alcancé a notar que tenía la panchula totalmente mojada, ya no se resistió. Me agaché y le chupé la concha como si fuera el último tatú de mi vida.
De ahí la levanto y la llevo sobre el lugar donde se lava las manos y continúo en posición más cómoda. Le hago terminar con un oral y ahí me quita el pantalón y me devuelve la gentileza.
Quito un par de condones que siempre tengo en la billetera(un boy scout siempre tiene que estar listo) y pasamos a concretar un cojo postergadamente infernal. Lo que se vino fue una experiencia terrible como increíble. ¡Yo no podía creer a quien me estaba cogiendo! ¡Estaba más emocionado que mi primera vez!
Le bajamos dos polvachos instantáneos en el baño, ambos en forma sincronizaba, como si fuera que nos conocíamos de años haciendo el amor.
Yo podía sentirle a la tipa cómo se contorsionaba cuando llegaba. Recuerdo que me arañó toda la espalda, pero jamás me calentó.
Y después de esa experiencia, ya separada ella, seguíamos viéndonos y cogiéndonos en lugares muy particulares, pero ya no en la oficina.