A través de la confianza ganada con alguna escort, podemos llegar a sus amigas. Entonces las interacciones se vuelven plurales y heterogéneas. Así conocí, hace casi un año, a M y A, dos princesas veinteañeras (o algo más) cordilleranas. A veces las degusto separadas; a veces juntas. Pero la última ocasión mejoró todas las experiencias anteriores. Las comparaciones son odiosas, dicen los amantes de lugares comunes, pero es imposible no insistir en que mi último trío fue el mejor de todos.
Nos encontramos en las cercanías de las casas de ambas y rumbeamos hacia uno de los santuarios del amor. Se ducharon juntitas y no me dejaron hacerlo con ellas porque M se estaba depilando, entonces esperé pacientemente en el lugar del sacrificio. Luego me tocó a mí regarme el cuerpo. Hacía mucho, mucho calor, así que regulamos el Split hacia su máxima capacidad de enfriamiento para atenuar los tres cuerpos calientes, sobre todo el mío.
Comenzamos con los besuqueos, intercambios de lengüeteadas suaves por cada rincón corporal. Me ubicaron boca arriba para que M me explore la lengua, cuello, oreja y pecho; mientras A se concentraba en mi “ecuador” con chupadas entre delicadas, lentas y rápidas. Entonces, ante el riesgo de “derrame precoz”, le pedí a M que se dedique a agasajar a A. En realidad, fue un pedido previo de A, quien me confesó que le encantan los orales que le hace M. Lengua por el clítores, labios, lengua penetrante, lengua acariciante, bien mojada, mientras A comenzaba a gemir cada vez más fuerte y yo le recorría con la boca otras partes como pezones, boca, cuello y, por momentos, M me invitaba el manjar de A.
Hasta que M me pidió con una voz seductora que me derrite: “Cogeme”. Me montó, mientras, A se arrodilló a su lado y comenzó a besarle. Ellas saben que me enloquece ver que dos niñas se besen. Su intercambio de labios, lengua y saliva se aceleraba al compás de la cabalgata de M sobre mí. Seguimos por unos minutos y M me repitió otro pedido que me pierde: “Por atrás”. Tiene una cavidad escatológica demasiadamente predispuesta. Comencé el bombeo y le dijo a A: “Sacá el juguete”. No era momento para escaramuzas estériles. Entonces, con cierto temor, pero con mucha más calentura, vi que A se “calzaba” un cinturón con un artefacto algo más grande que el mío. M, que recibía mis embestidas por atrás y gritaba mientras yo le estiraba el cabello, le dijo: “lamele y mojale bien”. A obedeció a “su jefa”. Sentí los inspiradores besos negros de A y sus salivas enfriadas por el helado que compré para ambas. Comenzó a abrirme camino con un dedo mientras yo seguía el bombeo sobre M que ayudaba con sus movimientos cada vez menos cadenciosos y cada vez más acelerados. A me comenzó a penetrar (creo que solo con la puntita, porque nunca sentí algo más grande que dos dedos, pero vaya uno a saber lo que pasó realmente allí atrás).
M terminó y me pidió que le penetra a A, quien se retiró el cinturón y me montó. Yo le daba palmadas a sus nalgas y me dijo que eso le gusta más D4. Obedientemente, me arrodillé detrás de A y comencé el perreo y las nalgadas, cada vez más fuertes. Entonces, M me dijo, señalándome sus pechos, “quiero tu leche aquí”. Mientras nos besábamos con A, comencé la empuñadura sobre los pechos de M y complací su pedido con, seguramente, unos buenos de litros de lo que podría haber sido parte de mi descendencia.
Así termino esta historia con mis dos princesas cordilleranas con quienes me veo repitiendo, en breve, una nueva sesión de trío bien a “Los Panchos”.